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CAPITANES INTRÉPIDOS

Las mujeres y los niños se pusieron a salvo mientras el capitán Schettino observaba desde la costa como el mar entraba en su barco.  Su honor se fue a pique en los primeros momentos del naufragio, lo único que conserva es la desvergüenza. Según declara se cayó accidentalmente en un bote de salvamento. No explica  si también llegó de esta forma al taxi con el que puso pies en polvorosa mientras los pasajeros escapaban del Concordia como podían. Ningún italiano, excepto Vittorio de Sica, ha sabido transformar así una tragedia en comedia.

El capitán Francesco Schettino

El capitán Francesco Schettino

Vivimos tiempos extraños. Si los banqueros son los primeros en ser rescatados, mientras los comedores sociales se empiezan a llenar con familias expulsadas de la clase media, por qué no han de tener ese privilegio los capitanes de barco.  Un amigo intentó justificar la actitud de Schettino como parte de la propia condición humana. No comparto su condescendencia, supongo que me estoy haciendo viejo e intolerante. Un capitán de barco es algo más que un hombre. Su palabra a bordo es la ley;  ejerce de navegante, de director de hotel, de policía y hasta de sacerdote.  Schettino tenía el orgullo de comandar el Concordia,  el barco más grande jamás construido en Italia.  Para este cometido, tanto la sangre fría como el valor  se le suponen.  Pero es que, además,  Schettino comenzó en la naviera como encargado de seguridad. Entre otras cosas, era el experto en coordinar salvamentos. Lo olvidó pronto.

Muy conradiano todo por cierto. James Burke, el protagonista de Lord Jim, la gran novela del escritor polaco, vivió atormentado durante toda su vida por un hecho similar. Burke se dirigía a la Meca con un pasaje de peregrinos pero los  abandonó, presa del pánico, en medio de una tormenta. Los pasajeros sobrevivieron y testificaron contra él.  Lord jim dedicó el resto de su vida a intentar expiar su culpa. La realidad supera la ficción. Schettino tendrá tiempo para meditar sobre su cobardía. Podrían caerle hasta 15 años de cárcel .

La figura del  Schettino recuerda a la de un compatriota suyo, el capitán Piccone, comandante del Sirio. El Sirio era un trasatlántico italiano que se hundió hace 105 años en las costas del Cabo de Palos, en Murcia. Se dirigía a Argentina cargado de emigrantes. En el naufragio fallecieron unas trescientas personas, pero muchas de ellas se podían haber salvado.  La historia de este desastre es apasionante. Hace unos años, junto a mis amigos José Antonio Trinidad y David Meléndez, contamos la tragedia de este Titanic español en un reportaje en el que mostrábamos sus restos sumergidos.

El capitán Piccone

El barco encalló en unos bajos por aproximarse demasiado a la costa.  Iba a ser el último viaje de su capitán, un viejo lobo de mar, embarcado desde los 17 años. Cuando el barco se estrelló contra las islas Hormigas, Giussepe Piccone descansaba en su camarote. El trasatlántico marchaba a toda máquina y el impacto hizo que se empotrase literalmente en los arrecifes. Piccone y sus oficiales ocuparon el primer bote que se lanzó al mar, la tripulación los siguientes. El pasaje, gente humilde que marchaba a hacer las américas, quedó abandonada a su suerte.

Se vivieron momentos terribles. Sin nadie que impusiera el orden, sin saber que hacer, familias enteras se lanzaron al mar. La mayoría de los emigrantes eran agricultores y  pocos de ellos sabían nadar. Se ahogaron víctimas del pánico porque, paradójicamente,  el barco no se hundió. Se mantuvo encallado durante días. Hubiera dado tiempo para poner a todos a salvo, pero el capitán y los oficiales estaban ya en el puerto, ajenos al drama. Los héroes de la jornada fueron los pescadores murcianos que salvaron con sus barcas a cientos de personas. El mar fue devolviendo, poco a poco, cuerpos a la costa.

Piccone, a pesar de los testimonios en contra, aseguró que fue el último en abandonar la nave. No reconoció su cobardía ni su culpa. Como Schettino se inventó excusas imposibles. Declaró que el rumbo del barco se desvió porque las minas de hierro del litoral murciano desorientaron la brújula.  Murió dos meses después en Génova,  quiero creer que de remordimiento.

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