(Pasé parte de mi infancia en Melilla, a mediados de los setenta se hablaba del «desastre de Annual» en voz baja, todavía con temor…)
Los disparos habían cesado. La posición no podía aguantar más. El pozo de agua estaba fuera de los muros. Cada salida para abastecerse costaba media docena de hombres. No había comida, ni municiones. Los barracones estaban atestados de heridos sin atender que se ahogaban bajo el terrible sol africano. Era el infierno incluso para los que habían escapado de el. Rendirse a la horda era la única alternativa. En Monte Arruit, a tan sólo 30 kilómetros de Melilla, se amontonaban, tras la huida, los supervivientes de la columna del General Silvestre. Los restos de las tropas españolas encargadas de conquistar el Rif se reducían a algo más de 3.000 hombres desesperados. El general Navarro negoció la rendición. Entregarían las armas a cambio de tener el camino libre hasta Melilla. Los hombres se colocaron en fila, abrieron las puertas del cuartel de Monte Arruit y comenzaron a salir. Cuando estuvieron fuera, cientos de salvajes se lanzaron sobre ellos. Fue una escabechina. Tres mil españoles asesinados de las maneras más brutales posibles. Oficiales quemados vivos, soldados mutilados, castrados, degollados, torturados sin piedad. Sólo respetaron a los jefes para pedir un rescate por ellos. Los despojos insepultos del resto decoraron Monte Arruit durante dos años, hasta que España logró reconquistar la zona. Fue el macabro símbolo de una tragedia nacional, el colofón del Desastre de Annual. Esta semana se cumplen 90 años.
El general Silvestre, al mando de la expedición, tenía la misión de consolidar la ocupación española del Rif. Había prometido al jefe supremo del Ejercito, a su amigo Alfonso XIII llegar a Alhucemas el día 25 de julio para celebrar la festividad de Santiago. «Olé los hombres», respondió por telegrama el monarca. No hacían falta más órdenes.
Las tropas habían avanzado 130 kilómetros por un territorio absolutamente hostil: duras montañas, escasos caminos, sol, calor y sed. Sin embargo los rifeños no presentaron casi resistencia. Eran hombres duros, sin miedo y sin amo. Cada pastor era un guerrero. Amaban los fusiles , los caballos y el dinero sobre todas las cosas. Silvestre compró su lealtad con oro, pero, a cambio, no les pidió sus armas. El avance se jalonó con la construcción de más de 140 puestos fortificados. La mayoría eran blocaos que podían albergar a una compañía de soldados pero también había campamentos más grandes con capacidad para varios centenares. Annual ocupaba el extremo de la linea, el más lejano de Melilla. Estaba guarnecido por 3.000 hombres bajo el mando del propio general Silvestre. Abdelkrim era el caudillo de los rifeños. Era el hijo del jefe de la cabila de los Beni Urriaguel y conocía bien a los españoles. Estudió en Salamanca, trabajó como periodista en el «El telegrama del Rif», de Melilla y fue funcionario en la Oficina de Asuntos Indígenas. Incluso, ironías del destino, había sido profesor de árabe del propio general Silvestre, al que calificó con sobresaliente. Abdelkrim se dio cuenta de que la fuerza de lo españoles se diluía en un rosario de posiciones aisladas, de que una cadena, por mucho que pesara, era tan fuerte como su eslabón más débil. Además conocía los males de nuestro Ejército, compuesto por reclutas desmotivados, amedrentados por las historias que se contaban sobre los moros. Eran los hijos de las familias humildes, los que no disponían de mil duros para pagar a otro que les sustituyese en el servicio militar. Soldados calzados con alpargatas, mal instruidos y pobremente equipados en una guerra que no entendían y que sólo beneficiaba a un puñado de empresarios.
El 22 de julio estalló la tormenta. Igueriben era una posición avanzada formada por cinco casamatas y una empalizada. El comandante Benítez y sus 350 hombres llevaban cuatro días cercados por los moros. A pesar de encontrarse a tiro de cañón de Annual estaban aislados, no podían hacer aguadas ni recibir municiones. Desde el campamento base contemplaban impotentes su final. El día 22, el mando de Annual recibió un mensaje de Benítez, les comunicaba que les quedaban doce disparos de cañón, que los contaran y que después disparasen sobre la posición puesto que los moros ya estarían dentro. Así fue. Cuando Igueriben cayó los supervivientes saltaron los parapetos y huyeron en desbandada. No se realizó una retirada ordenada, escalonada, conteniendo al enemigo. Los soldados soltaron las armas y corrieron. Los rifeños apuntaban tranquilamente a sus espaldas. Los cazaron como a conejos.
Después le tocó el turno a Annual. El campamento era indefendible. Los militares españoles lo habían construido en un lugar batido desde todos los cerros colindantes. Una muestra más de la incompetencia y de la arrogancia con las que fue conducida la campaña. Sufrió el mismo destino de Igueriben pero a una escala diez veces mayor. El agua se acabó y no había lugar donde refugiarse del fuego. Se intentó una retirada pero los soldados abandonaron las protecciones presos del pánico. Los oficiales, los encargados de mantener la calma de la tropa y salvar sus pelllejos, los adelantaban en la fuga. El general Silvestre no pudo cumplir su real promesa. Nadie supo como murió, se especula incluso que se saltó la tapa de los sesos ante el desastre. Todo el armamento pesado y el equipo fue abandonado. El resto es un horror indescriptible. Los soldados buscaban el camino de Melilla y los rifeños jugaban al tiro al blanco con ellos. Los oficiales se arrancaron las insignias para no ser reconocidos. El enemigo se enardeció. Comenzaron arrebatando las armas a los huidos y estos se dejaron robar. Envalentonados, asesinaban impunemente a los soldados. En la masacre colaboraban las mujeres e incluso los niños de los poblados rifeños. Los hombres eran torturados ante los ojos de sus compañeros alimentando el pánico de los españoles. Nadie puso orden, se trataba de ganar la carrera hasta Melilla. Una tarea imposible. Más de cien kilómetros de vuelta por polvorientos valles, con las cumbres tomadas por los tiradores rifeños. El sol de julio fue testigo de la debacle de un ejército sin jefes, sin armas, sin comida, sin agua. Todas las posiciones cayeron una tras otra. Nunca se conocerán las cifras exactas de las víctimas. Puede que hubiera trece mil muertos, puede que más. ¿Cómo fue posible tal desastre?. Los rifeños capturaron 20.000 fusiles, 400 ametralladores, 130 cañones… incluso aviones. No sabían utilizar todo lo incautado. Obligaron a los prisioneros a disparar la artillería española contra sus antiguos compañeros de armas. El campo se llenó de cadáveres. Se comentaba después con humor negro que los buitres sólo comían de comandante para arriba. No quedó muerto sin desvalijar, muela de oro sin arrancar. Aquello fue Jauja. Los pocos rifeños que tenían dudas acabaron rebelándose.
Ante tanta incapacidad y cobardía destacaron algunos actos de heroísmo. Se concedieron unas pocas laureadas y, sobre todo, se distinguió el escuadrón de caballería de Alcantará. Desde el principio se encargó de proteger la retirada. El teniente coronel Primo de Rivera cargó una y otra vez contra los moros. Sus hombres y sus caballos fueron cayendo. Al final, agotados, marchaban al paso contra el enemigo siendo un blanco fácil para lo rifles moros. De sus 691 jinetes murieron 471. Héroes sí, pero de otro tiempo. En 1921 pocos países seguían empleando la caballería como arma de choque. Habían aprendido la lección de la Primera Guerra Mundial, nosotros no. Media docena de carros de combate bien empleados hubiesen ahorrado miles de vidas y sufrimientos .
Los enloquecidos fugitivos, los restos de un ejército de más de 20.000 hombres se refugiaron en Monte Arruit. De nada sirvió el intento de abastecer el campamento por aire con los aviones que despegaban desde Melilla. El fuego de los rifeños impedía que las provisiones y el agua en forma barras de hielo que lanzaban, cayese dentro del perímetro. Los supervivientes habían burlado a la muerte en sus cien caras durante una marcha infernal. Ni la rendición iba a salvar sus vidas.
El 22 de julio se cumplen 90 años del inicio del Desastre de Annual. Miles de españoles, sin distinción entre héroes y cobardes, fueron masacrados por incompetencia de sus dirigentes. Su sacrificio fue estéril. Honrémosles al menos con nuestro recuerdo.